Sentado en las frías gradas de cemento los observaba reír.Ladinos.
Se mordió los labios hasta hacerse sangre.
Parpadeó con furia para hacer desaparecer los vestigios de debilidad.
Se apoyó en la pared de la pequeña casita, rodeándose las rodillas con los brazos. Alzó la cabeza y cerró los ojos. Suspiró.
Los niños que fumaban a escondidas, murmuraban a pocos pasos de distancia.
Oteó el patio. El huérfano y el down no estaban por allí. El gordo tampoco.
Cogió el libro y se puso a leer.

















