XXXVIII.- Bear's cave is empty...

And here I am... I, the most desired wild animal, tamed.
Waiting for something is not going to occur...
You are really teaching me patience...


So...
"Good night sweet prince; and flights of angels sing thee to thy rest."

XXXVII.- Desmayarse en espiral

Acurrucada y abrazada a la taza, suspira de alivio.
Pasa la lengua por el borde, rozándolo, tentándose a sí misma.
Moja el dedo, y observa cómo el líquido denso se desliza perezosamente sobre la piel. Se pinta los labios con los ojos cerrados, besándose por capricho.

Hunde la cabeza en la almohada. Y entonces cierra los ojos, imaginando situaciones horribles como que no exista lo suave, o las fresas, o las cosas que huelen bien.

XXXVI.- ¿Quién está ahí?


Ven a por mí.

Marino de puertos vacíos.
Que hacen eco
en el silencio amarillo del Sahara eterno.

Alzas la mano hacia el fuego del ocaso.
Y sólo tocas la suave arena.
Que se te escapa del puño cerrado.

Inerte al sol del invierno.
Derramas tiempo.

XXXV.- Huellas dactilares



Un beso.
Esa sensación de je ne sais quoi... Que difumina todo lo demás.
No importa el porqué, sólo el cómo.
Labios firmes, mórbidos, húmedos, calientes.
Apagan la sed compartida, saboreando cada trocito con alevosía.
Palpitan, acarician, muerden, rozan.
Dibujando ecos ávidos sobre la piel, impresa de sensaciones.
Sienten, y luego, matan.

Oh, ¡Qué dulce es morirse a veces!

XXXIV.- Me negarás tres veces antes de que cante el gallo...


Destilaba un odio negro que me hacía abrazarla y rugirte mientras te separaba de ella a zarpazos.
Mientras me imaginaba destrozándote el cuello a mordiscos y la sangre fundiéndose con el polvo del suelo.

Yo sentía cómo se me contraían las pupilas al verte.
Cómo te destrozaba con mis garras, cómo te clavaba los colmillos.
Y luego me quedaba ahí, con los ojos vidriosos, donde Artie me acariciaba la cabeza.

No podía recordarte, pero podía matarte.

Sabía matarte, amigo mío.

XXXIII.- Libamirtos en flor

Chupadores de sangre...
Te quitan la fuerza porque la necesitan desesperadamente para ellos.
Lo peor es que tú quieres dársela. Tú le das todo. Y ellos te dan Todo Lo Demás...
Y gracias.

Y luego quiere cambiar, y te pincha para conseguir la energía que mana por tus heridas.
Y luego se arrepiente. Y piensa que con una tirita basta.

Puta
cobra
bastarda

Cuando no te queda más sangre que sacrificar, te dejan.
O te hartas y revientas.
Exigen demasiado. Tú se lo das.
Y nunca es suficiente, porque ya no es lo mismo que antes.

El dolor da placer. Pero nunca da bastante placer para toda una vida, ¿Verdad?
Rebélense señores, no se limiten a chillar bajo la bota que les aprisiona.
¿Qué cojones cambia eso? ¡Levántense y hagan algo!

Si quieres aprender con dolor... La letra, con sangre entra.

Pero mejor la tuya.

XXXII.- Repujando acero

Es como una sensación de ira contenida...
Que estalla en millones de vitriólicos aludes de bahorrina.

Pedradas de jodida bazofia, disparadas como cañonazos de zahorra.
Me revienta y me salpica de esa materia pútrida, blanda y pegajosa.
Esa mugre asquerosa, resbaladiza y caliente que no puedo arrancarme de la piel.
Me impregna y me araño hasta sangrar, y me quedo ahí, con el cuerpo marcado al blanco, descarnada y derramada en mi zahúrda mental.
Y sólo siento ese pulso físico que me embota los sentidos en mordiscos sordos. Que me asfixia en el olor de mi propio saín como si respirara alquitrán.

Fría cólera, el ladrar del látigo me convierte en la bestia que soy. Y luego destripa a ese monstruo que me desgarra el alma.
Y me obligo a mirarnos. Y si cierro los ojos, le oigo aullar de dolor mientras me descuartiza.

Me muero por cualquier cosa que embride y mitigue esa mierda que destroza mi cerebro; transportándome a esa curda que, aunque me gangrena el alma, me la droga al mismo tiempo.

El cansancio arde al alcohol.
Los párpados me abrasan y se cosen en un sueño denso, ahogados en repulgos morbosos.

Yo sólo quería arrancarme el corazón.

XXXI.- Águila soy, a salamandra aspiro;


Si me amaras.
Te desharías entre mis brazos mientras te respiro.

Mientras me transmites tu calor.
Mientras deslizo mis manos por tu espalda.
Y acaricio tus labios con los míos.
Mientras beso tus ojos y rozo tus pestañas.
Y te muerdo el cuello... Pian pianino.

Me sonrojaría cuando me miraras a los ojos.
Nos tiraríamos del pelo húmedo.
Y secaríamos las gotas con la boca.
Me revolvería contra tu cuerpo, que ya me asfixia.
Y pintaría tus rasgos con las yemas de los dedos.

Si me amaras.
Porque me desharía entre tus brazos mientras me respiras.

XXX.- Carthago delenda est


Inservible, insufrible, incomprensible, inefable. Incontrolable.

Y ante todo, visceral, violento... Y vacío.

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam...

Desesperante...

XXIX.- Re vera, potas bene...



Ah, y entonces... Qué.
El faro rota, señalando su posición.

Dándole vueltas a esa fuente.
No llego a tocar el agua, sólo puedo verla reflejando mi mirada.
No intento alargar el brazo por los barrotes, no es mi patio.
Sólo la miro tocar, bruñida. La observo tañir a través de la reja.
Me avisa de que la costa está cerca, y debo alejarme.
O encallar en mi propio espejismo.

...

Pero tengo sed. SED.

Sed de Tierra.
Esa luz que me guía y que a la vez me advierte.
Y cuando me advierte... Me ahoga.

¿Porqué no hay más fuentes?
Intento apartar la mirada pero no podemos.

Quizá sea una fuente sirena. Quizá me muera si la toco.
Pero no puedo saberlo...

Bancos de arena.

XXVIII.- Ni pan, ni circo...



Por Dios, si sólo lo he visto una vez, me dije.

Y desde entonces, cada vez que voy, aparece, y nos miramos. Y cuando coincidimos nos callamos. Hasta que se me presenta como si ya me conociera.

Me mira como si taladrara mi alma, y me tengo que esforzar en no pensar en las palpitaciones de su cuello. En sus manos deslizándose sobre mi cuerpo.
En mi boca devorando la suya.
En una exigencia que no me corresponde.

Claro que me conoces cabrón, que me hablas con dobles sentidos y me quemas por dentro cada vez que me miras.

XXVII.- Y los sueños... Sueños son


Se encontró de pronto en ese espacio. Vacío.
Sólo esa sensación de morbidez cálida que entumecía los sentidos e invitaba al sopor.
Como si ya conociera ese lugar.
Inerte, acogedor, y a la vez... Incómodo.
Se percató entonces que no estaba sola.
Él estaba allí, con su gabardina negra. Con las solapas levantadas. El pelo le caía sobre la cara. La miraba sonriéndose mientras se desabotonaba.

Deslizó la mano por el forro de seda.
Sacó una daga, fina y plateada.
Ella pensó que era hermosa.
Brillaba de una manera extraña. Como si pudiera reflejar una luz que no existía en particular.

Ella supo al instante qué hacer.
Y esperó a que él la hundiera suavemente en su costado. Colocó la izquierda en su espalda y la abrazó hasta la empuñadura.
Suspiró pesadamente en su oído.
Se separó, dejando entre ellos Mas o Menos lo Mismo.
Le miró, y se vió reflejada en sus ojos inquisitivos.

No dolía. Pero sentía la sangre caliente derramarse.
Y quiso saber porqué.

Se limitó a tirar lentamente del arma. Él había desaparecido.
Ella se arrodilló, sujetándose la herida, que palpitaba.
Que despedía mucho más calor que el resto de su cuerpo.
No dolía.
Se dejó caer blandamente en el suelo, acurrucándose en posición fetal, abrazando a Misericordia.
Tenía sueño.

Entrecerró los ojos, y alcanzó a verle de nuevo. Se sentó enfrente y la observó.

Se durmió con un sabor metálico. Todo era húmedo, caliente y rojo.

Y sin embargo, la herida era de hielo.

XXVI.- Más vale honra... Con barcos...


Sí señor. Levantarse. Pero si te empeñas en caerte, en una de esas te puedes romper la crisma. Y lo que no es la crisma también. Pero ¡Chan! Se inventó el relé y se solucionaron nuestros problemas.

Algo que queremos, ese aquél, hecho ex profeso para nos, que se interpone entre nuestros ideales y nosotros. Nos llena de dudas y nos implanta ideas pasionales, ilícitas desde cualquier punto de vista ético.
Pues uno se conciencia en que no puede ser. Y no porque nosotros seamos menos que nadie, sino porque ese aquél no nos pertenece.
¿Y soñar? Dirán ustedes. Y yo digo, señores, soñar es gratis. Pero poco fructífero desde la invención del relé.
Y se puede, porque yo lo he hecho.

Que alguien quiere subyugarnos. Arrebatarnos nuestra independencia. Nos chupa la sangre, mientras nos engañamos a nosotros mismos por miedo...
Yo se que uno se autoconvence porque nadie quiere parecer débil ni estúpido. Y menos ante sí mismo. Y cede... Cuando no debiera haberlo hecho. Solo por el otro, que encima, te fustiga por envidia. Y por ese egoísmo del cual te culpa a tí.
Pues ya basta. Se dice no. Nos quitamos la bota de encima. Porque cuanto más se tarde, el yugo deja heridas más profundas. Y un día, en vez del toro que creíste ser, te miras al espejo y te encuentras hecho un buey.

Eso se llama "hartera". El relé sólo aguanta ciertos niveles de hartera, después de eso salta. ¡Y ya no hay vuelta atrás!
Y se puede, porque yo lo he hecho.

Que sí, que estas cosas dejan cicatriz, pero eso es el ajedrez de la vida. Y uno, por muy leído que esté (que tampoco puede irse por la vida siendo un bolo), no nace sabiendo.
Hay que ir probando... Ensayo, error, ensayo, error, ensayo...
Hasta que el caballero diga... "Escogió bien!"



Como dijo aquél... Harto me lo fiáis!


(Porque yo ya estoy medio descalabrada...)