XXXV.- Huellas dactilares



Un beso.
Esa sensación de je ne sais quoi... Que difumina todo lo demás.
No importa el porqué, sólo el cómo.
Labios firmes, mórbidos, húmedos, calientes.
Apagan la sed compartida, saboreando cada trocito con alevosía.
Palpitan, acarician, muerden, rozan.
Dibujando ecos ávidos sobre la piel, impresa de sensaciones.
Sienten, y luego, matan.

Oh, ¡Qué dulce es morirse a veces!

XXXIV.- Me negarás tres veces antes de que cante el gallo...


Destilaba un odio negro que me hacía abrazarla y rugirte mientras te separaba de ella a zarpazos.
Mientras me imaginaba destrozándote el cuello a mordiscos y la sangre fundiéndose con el polvo del suelo.

Yo sentía cómo se me contraían las pupilas al verte.
Cómo te destrozaba con mis garras, cómo te clavaba los colmillos.
Y luego me quedaba ahí, con los ojos vidriosos, donde Artie me acariciaba la cabeza.

No podía recordarte, pero podía matarte.

Sabía matarte, amigo mío.

XXXIII.- Libamirtos en flor

Chupadores de sangre...
Te quitan la fuerza porque la necesitan desesperadamente para ellos.
Lo peor es que tú quieres dársela. Tú le das todo. Y ellos te dan Todo Lo Demás...
Y gracias.

Y luego quiere cambiar, y te pincha para conseguir la energía que mana por tus heridas.
Y luego se arrepiente. Y piensa que con una tirita basta.

Puta
cobra
bastarda

Cuando no te queda más sangre que sacrificar, te dejan.
O te hartas y revientas.
Exigen demasiado. Tú se lo das.
Y nunca es suficiente, porque ya no es lo mismo que antes.

El dolor da placer. Pero nunca da bastante placer para toda una vida, ¿Verdad?
Rebélense señores, no se limiten a chillar bajo la bota que les aprisiona.
¿Qué cojones cambia eso? ¡Levántense y hagan algo!

Si quieres aprender con dolor... La letra, con sangre entra.

Pero mejor la tuya.