XXXII.- Repujando acero

Es como una sensación de ira contenida...
Que estalla en millones de vitriólicos aludes de bahorrina.

Pedradas de jodida bazofia, disparadas como cañonazos de zahorra.
Me revienta y me salpica de esa materia pútrida, blanda y pegajosa.
Esa mugre asquerosa, resbaladiza y caliente que no puedo arrancarme de la piel.
Me impregna y me araño hasta sangrar, y me quedo ahí, con el cuerpo marcado al blanco, descarnada y derramada en mi zahúrda mental.
Y sólo siento ese pulso físico que me embota los sentidos en mordiscos sordos. Que me asfixia en el olor de mi propio saín como si respirara alquitrán.

Fría cólera, el ladrar del látigo me convierte en la bestia que soy. Y luego destripa a ese monstruo que me desgarra el alma.
Y me obligo a mirarnos. Y si cierro los ojos, le oigo aullar de dolor mientras me descuartiza.

Me muero por cualquier cosa que embride y mitigue esa mierda que destroza mi cerebro; transportándome a esa curda que, aunque me gangrena el alma, me la droga al mismo tiempo.

El cansancio arde al alcohol.
Los párpados me abrasan y se cosen en un sueño denso, ahogados en repulgos morbosos.

Yo sólo quería arrancarme el corazón.

XXXI.- Águila soy, a salamandra aspiro;


Si me amaras.
Te desharías entre mis brazos mientras te respiro.

Mientras me transmites tu calor.
Mientras deslizo mis manos por tu espalda.
Y acaricio tus labios con los míos.
Mientras beso tus ojos y rozo tus pestañas.
Y te muerdo el cuello... Pian pianino.

Me sonrojaría cuando me miraras a los ojos.
Nos tiraríamos del pelo húmedo.
Y secaríamos las gotas con la boca.
Me revolvería contra tu cuerpo, que ya me asfixia.
Y pintaría tus rasgos con las yemas de los dedos.

Si me amaras.
Porque me desharía entre tus brazos mientras me respiras.

XXX.- Carthago delenda est


Inservible, insufrible, incomprensible, inefable. Incontrolable.

Y ante todo, visceral, violento... Y vacío.

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam...

Desesperante...

XXIX.- Re vera, potas bene...



Ah, y entonces... Qué.
El faro rota, señalando su posición.

Dándole vueltas a esa fuente.
No llego a tocar el agua, sólo puedo verla reflejando mi mirada.
No intento alargar el brazo por los barrotes, no es mi patio.
Sólo la miro tocar, bruñida. La observo tañir a través de la reja.
Me avisa de que la costa está cerca, y debo alejarme.
O encallar en mi propio espejismo.

...

Pero tengo sed. SED.

Sed de Tierra.
Esa luz que me guía y que a la vez me advierte.
Y cuando me advierte... Me ahoga.

¿Porqué no hay más fuentes?
Intento apartar la mirada pero no podemos.

Quizá sea una fuente sirena. Quizá me muera si la toco.
Pero no puedo saberlo...

Bancos de arena.