XXVIII.- Ni pan, ni circo...



Por Dios, si sólo lo he visto una vez, me dije.

Y desde entonces, cada vez que voy, aparece, y nos miramos. Y cuando coincidimos nos callamos. Hasta que se me presenta como si ya me conociera.

Me mira como si taladrara mi alma, y me tengo que esforzar en no pensar en las palpitaciones de su cuello. En sus manos deslizándose sobre mi cuerpo.
En mi boca devorando la suya.
En una exigencia que no me corresponde.

Claro que me conoces cabrón, que me hablas con dobles sentidos y me quemas por dentro cada vez que me miras.