XXVII.- Y los sueños... Sueños son


Se encontró de pronto en ese espacio. Vacío.
Sólo esa sensación de morbidez cálida que entumecía los sentidos e invitaba al sopor.
Como si ya conociera ese lugar.
Inerte, acogedor, y a la vez... Incómodo.
Se percató entonces que no estaba sola.
Él estaba allí, con su gabardina negra. Con las solapas levantadas. El pelo le caía sobre la cara. La miraba sonriéndose mientras se desabotonaba.

Deslizó la mano por el forro de seda.
Sacó una daga, fina y plateada.
Ella pensó que era hermosa.
Brillaba de una manera extraña. Como si pudiera reflejar una luz que no existía en particular.

Ella supo al instante qué hacer.
Y esperó a que él la hundiera suavemente en su costado. Colocó la izquierda en su espalda y la abrazó hasta la empuñadura.
Suspiró pesadamente en su oído.
Se separó, dejando entre ellos Mas o Menos lo Mismo.
Le miró, y se vió reflejada en sus ojos inquisitivos.

No dolía. Pero sentía la sangre caliente derramarse.
Y quiso saber porqué.

Se limitó a tirar lentamente del arma. Él había desaparecido.
Ella se arrodilló, sujetándose la herida, que palpitaba.
Que despedía mucho más calor que el resto de su cuerpo.
No dolía.
Se dejó caer blandamente en el suelo, acurrucándose en posición fetal, abrazando a Misericordia.
Tenía sueño.

Entrecerró los ojos, y alcanzó a verle de nuevo. Se sentó enfrente y la observó.

Se durmió con un sabor metálico. Todo era húmedo, caliente y rojo.

Y sin embargo, la herida era de hielo.

XXVI.- Más vale honra... Con barcos...


Sí señor. Levantarse. Pero si te empeñas en caerte, en una de esas te puedes romper la crisma. Y lo que no es la crisma también. Pero ¡Chan! Se inventó el relé y se solucionaron nuestros problemas.

Algo que queremos, ese aquél, hecho ex profeso para nos, que se interpone entre nuestros ideales y nosotros. Nos llena de dudas y nos implanta ideas pasionales, ilícitas desde cualquier punto de vista ético.
Pues uno se conciencia en que no puede ser. Y no porque nosotros seamos menos que nadie, sino porque ese aquél no nos pertenece.
¿Y soñar? Dirán ustedes. Y yo digo, señores, soñar es gratis. Pero poco fructífero desde la invención del relé.
Y se puede, porque yo lo he hecho.

Que alguien quiere subyugarnos. Arrebatarnos nuestra independencia. Nos chupa la sangre, mientras nos engañamos a nosotros mismos por miedo...
Yo se que uno se autoconvence porque nadie quiere parecer débil ni estúpido. Y menos ante sí mismo. Y cede... Cuando no debiera haberlo hecho. Solo por el otro, que encima, te fustiga por envidia. Y por ese egoísmo del cual te culpa a tí.
Pues ya basta. Se dice no. Nos quitamos la bota de encima. Porque cuanto más se tarde, el yugo deja heridas más profundas. Y un día, en vez del toro que creíste ser, te miras al espejo y te encuentras hecho un buey.

Eso se llama "hartera". El relé sólo aguanta ciertos niveles de hartera, después de eso salta. ¡Y ya no hay vuelta atrás!
Y se puede, porque yo lo he hecho.

Que sí, que estas cosas dejan cicatriz, pero eso es el ajedrez de la vida. Y uno, por muy leído que esté (que tampoco puede irse por la vida siendo un bolo), no nace sabiendo.
Hay que ir probando... Ensayo, error, ensayo, error, ensayo...
Hasta que el caballero diga... "Escogió bien!"



Como dijo aquél... Harto me lo fiáis!


(Porque yo ya estoy medio descalabrada...)