Es como una sensación de ira contenida...
Que estalla en millones de vitriólicos aludes de bahorrina.
Pedradas de jodida bazofia, disparadas como cañonazos de zahorra.
Me revienta y me salpica de esa materia pútrida, blanda y pegajosa.
Esa mugre asquerosa, resbaladiza y caliente que no puedo arrancarme de la piel.
Me impregna y me araño hasta sangrar, y me quedo ahí, con el cuerpo marcado al blanco, descarnada y derramada en mi zahúrda mental.
Y sólo siento ese pulso físico que me embota los sentidos en mordiscos sordos. Que me asfixia en el olor de mi propio saín como si respirara alquitrán.
Fría cólera, el ladrar del látigo me convierte en la bestia que soy. Y luego destripa a ese monstruo que me desgarra el alma.
Y me obligo a mirarnos. Y si cierro los ojos, le oigo aullar de dolor mientras me descuartiza.
Me muero por cualquier cosa que embride y mitigue esa mierda que destroza mi cerebro; transportándome a esa curda que, aunque me gangrena el alma, me la droga al mismo tiempo.
El cansancio arde al alcohol.
Los párpados me abrasan y se cosen en un sueño denso, ahogados en repulgos morbosos.
Yo sólo quería arrancarme el corazón.